Imagen Pública

ISRAEL MARTÍNEZ

07.02.17 - 06.05.17

Eran las 10 de la mañana y no habíamos dormido nada. La noche anterior, después de un concierto alucinante en un pequeño lugar de música experimental en el barrio turco de Neukölln, Israel Martínez me invitó a un restaurante de comida libanesa, afuera del cual tocaban unos músicos callejeros también libaneses. Martínez y yo nos habíamos conocido durante el concierto, en el cual se presentó un ensamble de artistas japonesas que tocaron con sintetizadores, bolsas de plástico, micrófonos de contacto y un violín. De la comida libanesa pasamos a un lugar decadente y seductor repleto de punks de la vieja guardia. Terminamos hablando con un par de inglesas expertas en hardcore que conocimos comprando cervezas en una Späti de la Skalitzer Strasse. En ese punto, todo se vuelve un poco confuso y borroso: recuerdo vagamente una banda de jazz con un saxofonista majestuoso y el encierro en uno de esos clubes en los que ya no sabes qué hora es (o si es de día o de noche) con música techno a todo volumen. Después de horas de completa oscuridad nebulosa, mi memoria comienza a tomar forma nuevamente cerca de Potsdamer Platz, caminando y tomando más cerveza densa y oscura. Mientras desayunábamos unos terribles currywurst, nos quedamos pasmados ante un reportaje que estaban dando en la televisión sobre la creciente ola de violencia en México debido a la guerra contra los carteles del narcotráfico.

Ensimismados, escuchando el creciente ruido de los automóviles, los pasos de los corredores matutinos y el sonido crispante de un ejército de trabajadores barriendo la calle, Martínez y yo llegamos por casualidad a las puertas del Museo de los Instrumentos Musicales. Huyendo del sol, pagamos la entrada sin ninguna expectativa, pero apenas recorrimos el pasillo que daba a un amplísimo hall, quedamos absolutamente mesmerizados: estábamos ante un mar de instrumentos antiguos. Como entre sueños, caminamos al lado de flautas, cornos y tambores medievales. Mientras retumbaba todavía la música electrónica en nuestras cabezas, nos perdimos entre viejos instrumentos con todo tipo de aspectos y ornamentos. Fue como una especie de andar por distintos momentos de la historia de la música.

Llegamos así a la zona de los clavecines, clavicordios e instrumentos con teclado que antecedieron al piano moderno. Nos detuvimos a contemplar, extasiados (y todavía un poco borrachos), sus extrañas formas y decoraciones. En algunos casos, estos pianos antiguos tenían dos juegos de teclados, de manera que se podía tocar a 4 manos, cada quien en un lado del instrumento. En otros, el arpa fue acomodada verticalmente, por lo que el piano semejaba una torre. En distintas partes, los instrumentos tenían pintadas flores, pájaros, motivos clásicos y escenas de paisajes. Nos dimos cuenta que todos ellos produjeron una música y sonoridad única que nunca recuperaremos. Luego intentamos imaginar cómo se habrían agrupado las personas de otros siglos a escucharlos, de una manera radicalmente diferente a la que Martínez y yo habíamos experimentado a lo largo de la noche, con otro universo de sensibilidades, deseos y preocupaciones.

En ese momento caí en cuenta de que estaba a punto de perder mi viaje de regreso. Corrimos a la estación de U-Bahn. En medio de la prisa y el estruendo de la ciudad, intercambiamos impresiones sobre todo lo que había sucedido esa noche y platicamos sobre la música, los instrumentos, el sonido, la sociedad, las tecnologías, el ruido, el arte… Iniciamos entonces una conversación que no ha terminado hasta ahora.

Exhibición

El siglo XX está marcado por la introducción de las tecnologías de grabación y reproducción sonoras y visuales al ámbito de la vida cotidiana. Específicamente, los años de la posguerra marcan el inicio de un periodo en el que los soportes y aparatos musicales se consolidaron como fenómenos de masas. Desde aquellos días hasta hoy, los medios de almacenamiento, circulación y reproducción de contenidos musicales se han multiplicado y modificado sustancialmente. De los discos de vinil, las cintas de carrete, los casetes y los CD’s hemos pasado al mundo de los archivos digitales resguardados en discos duros y, ahora, a “la nube”: música en Internet, a la cual accedemos por medio de aplicaciones y herramientas digitales. Cada una de estas tecnologías ha determinado lógicas de consumo y circulación que modificaron radicalmente la socialización en torno al fenómeno sonoro.

Hasta hace no muchos años, para conseguir un disco o un casete que no formara parte del mainstream musical era necesario recurrir a un vecino que hubiera salido del país, a un amigo al que le alcanzara para comprar producciones originales o ahorrar durante semanas para acudir a comprarlo a una tienda que arriesgara contenidos ajenos a los redituables y siempre banales circuitos comerciales. Precisamente, este proyecto de exhibición toma su nombre de Imagen Pública, una tienda de música donde Israel Martínez, artista proveniente de Guadalajara, encontró un manto sonoro del cual abrevar. El local ubicado en la Avenida Alcalde de esa ciudad, ofrecía un sinnúmero de grabaciones a un precio asequible para el melómano alternativo promedio, pues vendía sobre todo copias en casetes. Para uniformarlos, “El Indio” -como algunas personas conocían a José Luis Avilés, propietario del negocio- colocaba un papel bond amarillo o rosa que contenía la información del álbum. Esa era la marca de Imagen Pública, su sello distintivo.

Imagen Pública fue un lugar de intercambio de música, pero también de ideas, conversaciones, referencias, libros y de invitaciones a toquines y a otros espacios. Junto a las tiendas El Quinto Poder, fue asimismo el sitio donde Martínez pudo acercarse a la visualidad que acompaña lo sonoro, a través de los cientos de pósteres de diferentes bandas que se empalmaban unos con otros en las paredes del local y que iban llenando, poco a poco, los cuartos de los adolescentes de la capital tapatía que a inicio de los años noventa se sentían más identificados con la estridencia y los gritos de John Lydon que con los infomerciales promovidos por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari como parte del programa “Solidaridad”, en los que participaba una distinguida pléyade de artistas como Daniela Romo, Mijares, Vicente Fernández y Lucha Villa, entre otros notables talentos nacionales.

La tienda, que tomó su nombre de la banda formada por el enfant terrible del punk inglés después de que se desintegraron los Sex Pistols, es un espacio que condensa simbólicamente las preocupaciones de las obras de Israel Martínez que conforman esta exhibición: el vínculo de la música con los soportes materiales, los cambios socioculturales que traen consigo las modificaciones tecnológicas, la distribución de contenidos, la historia de la contracultura musical, así como el sonido y el problema de la escucha como temas centrales de la sociedad contemporánea.

Texto de Esteban King Álvarez